
Entonces tomó mi cara entre sus manos, casi con rudeza y me besó en serio, moviendo sus labios insistentes contra los míos.
Realmenteno habia excusa para mi comportamiento. Ahora lo veo más claro, como es lógico. De cualquier modo, parecía que no podía dejar de comportarme exactamente como lo hice la primera vez. En vez de quedarme quieta, a salvo, mis brazos de alzaron para enroscarse apretadamente alrededor de su cuello y me quedé de pronto soldada en su cuerpo, duro como una piedra. Suspiré y mis labios se entreabrieron.
— ¡Maldita sea, Bella! — se desasió jadeando—. ¡Eres mi perdición, te juro que lo eres!
No hay comentarios:
Publicar un comentario