
Enlacé mis brazos alrededor de su cuello. ¿Qué era lo peor que él podía hacer? Sólo apartarme, así que me apretujé aún más cerca.
—¿No es de locos sentirse feliz justo en ese momento? —le pregunté. La voz se me quebro dos veces.
Él no me apartó. Me apretó fuerte contra su pecho, tan duro como el hielo, tan fuerte que me costaba respirar, inclusp ahora, con mis pulmones intactos.
—Sé exactamente a qué te refieres —murmuró Edward—, pero nos sobran razones para ser felices. La primera es que seguimos vivos.
—Sí —convine—. Ésa es una exelente razón.
—Y juntos —musitó. Su aliento era tan dulce que hizo que la cabeza me diera vueltas.
Me limité a asentir, convencida de que él no concedía a esa afirmacion la misma importancia que yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario